Empecé la previa de la cita mundialista viajando en Van.
Asados en terraza, niños con gorros o máscaras extrañas, gente nerviosa y apurada para llegar a sus puntos de encuentro favoritos para asistir al partido que nos llevaría con un optimista deseo de triunfo a la segunda ronda del mundial.
“Aquel individuo se estuvo nutriendo toda la vida para tocar la corneta”
Luego de eso, una pasada rápida por la planta a través de la gente que llegaba a ver el partido con otros cornetistas tricolores simpaticones.
En la estación de metro una televisón análoga de 21 pulgadas comenzó a transmitir el partido.
Gol de España.
Nerviosismo colectivo. Comentarios ordinarios individuales. Descontento popular.
Otro gol. Y la expulsión.
“Mejor me voy”
Y adelanté la hora del viaje.
Ya en el bus, sin aviso un pasajero de atrás grita goool.
“Ahora el empate miechica!”
Después recuerdo que me quedé dormido y cuando desperté algo extraño sucedía:
Como que un clima de alegría se apoderaba de las calles, con bocinas de automóviles por doquier y familias y niños y perros y abuelas y más bocinas estaban todos alegres y ultra chilenizados.
Clasificó? Habrá empatado?
Por más que trataba de escuchar la tele del chofer nada quedaba claro (para mí).
Pero el espectáculo de la ventana decía otra cosa.
Qué hacer más que celebrar aunque todavía no queda muy claro qué.