Y entonces una mañana no muy especial abrió el notebook y comenzó a escribir. Las palabras comenzaron a entrelazarse torpemente.
Sin embargo, por un momento casi imperceptible, las hojas que comenzaban a caer, anunciando que un ciclo terminaba, se detuvieron.
Eran las primeras hojas que descendían lentamente de los árboles, anunciando un final posible.
No sabría si realmente estaba soñando con pensamientos o si pensaba en sueños. Sin razón comenzó a teclear más rápido y mientras toda la escena se fragmentaba en pequeñas notas musicales que empezaban a componer en el aire que respiraba una melodía que definía al vacío, cerró los ojos para intentar oír como se complementaba de manera extrañamente precisa a la que latía en su pecho.
Las hojas fueron llevadas lejos por el viento, llevando frecuencias a otros instantes. El final se constituía en tiempo real a través de pulsos e historias. Avanzaba en su devenir impredecible.
Si era una ecuación matemática explicable por la lógica también podía ser totalmente inexplicable por todo aquello que se aleja de la ciencia.
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