Capítulo 4 (extracto)
- Autor: Alex de la Iglesia
La televisión es, actualmente, el medio expresivo más rico y fértil que posee el hombre. Había que decirlo, así de claro.
El teatro, el cine, la literatura, la música, la poesía –menos la mía– están muertos, son fósiles, piezas de museo de provincias, experimentos fallidos de una cultura pasada de moda. Ya nadie hace nada bueno; lo poco que se podía hacer está hecho. Sólo quedan unos cuantos payasos haciendo el ridículo. La única posibilidad de triunfo que les queda es que los dos tipos del anuncio se ahoguen en la lavadora y poder así ocupar su puesto. ¿Qué pasa? ¿Os escandaliza? ¡Necios arrogantes! Oídme bien: es un hecho evidente que arrastramos muertos desde hace mucho. Y ya huelen. El teatro, por ejemplo: un grupo de gente chillando en un decorado cutre. ¿Por qué siempre chillan en el teatro? ¿Para que los oiga el de la última fila?…En cambio, amigos míos, la televisión… La televisión es innovadora, creativa, joven, fuerte. La televisión arriesga, la televisión rompe moldes y esquemas. Sobre todo la privada. La pública está perdida, despistada, imitando como pueden lo que hacen las demás. Es triste reconocerlo, pero es así.
El otro día vi en un programa de canciones y entrevistas al ‘hombre-rata’, el ser humano más pequeño del mundo. Cuarenta y cinco centímetros de estatura. Como una muñeca grande, de esas que se regalan por Reyes. A su lado, una presentadora italiana que, cuando se agachaba, cubría con sus colosales tetas operadas la cara del enano. De fondo, un ciclorama dibujado a rotulador con los colores más penetrantes que existen en el espectro. La voz del enano, extremadamente aguda, respondía sí o no a las preguntas que le formulaba la presentadora. Vestía un esmoquin hecho a medida, como los muñecos de ventrílocuo. No recuerdo exactamente el contenido de las preguntas, pero eran asuntos siniestros como ‘¿Te confunden en la calle con los niños, verdad?’ ‘¿Tienes novia?’ Parece que las preguntas le resbalan, o no entiende nada, sin más. Tras el interrogatorio, ella le abandona y comienza el espectáculo.
Oímos una canción de Michael Jackson. Ante mis ojos, sin previo aviso, el enano se pone a bailar, alegre, enseñando sus dientes de rata… Sonriendo a la cámara. El público aplaude sus movimientos absurdos. Punto. Se acabó.
Eso fue todo. Al final del show, incomprensiblemente, hace un par de abdominales.
¿Qué decir ante esto, amigo lector? ¿No se trata de un acto poético sin precedentes, una expresión directa del más puro Teatro Pánico? ¿Quién se atreve a hablar de vanguardia? No puedo soportar a toda esa morralla de ignorantes que critican la televisión privada. Estoy harto de tanta mediocridad, de miradas superficiales, de juicios primerizos, de mentes obtusas, ajenas a cualquier sensibilidad. ¿No es angustioso comprobar como enmudece la gente ante la Belleza, el Arte y la Verdad? ¿Cómo pueden confundirlo todo y, como dementes, burlarse de lo auténtico y alabar la parodia?
¿Cómo puede existir tanta ceguera ante lo que es un hecho artístico?
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