Todo inició con un simple dialogo:
“Esto se está volviendo rutinario” dije.
“¿Rutinario?,” respondió. “Esta es apenas la segunda vez que vamos para allá y además ahora somos cuatro…”
En nuestra dirección una camioneta roja comenzó a tomar cierta velocidad. El perro que tenía patas cortas la seguía a su lado feliz como es típico de estos perros. Al vernos, se intimidó un poco y desvió su dirección cruzándose en el camino del vehículo:
Vi con todos los detalles y en cámara lenta como la rueda delantera izquierda pasó completamente por encima del perro. Casi no hizo ruido.
Hubo un “uhhh” generalizado al mismo tiempo que nos quedábamos parados mirando al perro que quedó aturdido, con la lengua afuera, la mirada perdida y casi sin movimientos. Hizo como un sonido pidiendo ayuda. O talvez simplemente se ahogaba.
La camioneta había avanzado unos metros y luego se detuvo. Se abrió la puerta y el conductor llegó corriendo.
“Al tiro al veterinario” dijo en voz alta como si quisiera que lo escucháramos. Tomó al perro (que ahora tenía más parecido con un saco de papas) en brazo y fue hacia su casa. Comenzamos a movernos y vimos como tocaba la reja un poco más adelante:
“Isabel!” gritó. “Isabeel!!!”
Se abrió la puerta y salió la hija.
“Llama a tu mamá que atropellé al Charlie”
“¿Qué?”
“Llama a tu mamá que atropellé al Charlie!” repitió, terminando con una voz temblorosa.
“Ahh…” dijo asustada la niña mientras desaparecía.
“¿Rutinario?” Avanzamos un poco más por el camino. Había sido una extraña situación. No demasiada rutinaria que digamos.
Aunque ya se venía riendo de antes, no pudo contener la risa más tiempo. Una risotada dantesca que probablemente el dueño de Charlie podría haber escuchado. Esperemos que no. Unos metros más y otros también empezamos a reír.
La escena comenzó a ser repetida una y otra vez con todos los detalles que la hicieron un clásico casi instantáneo. Pobre Charlie. ¿Qué ocurriría con él?
En el camino de noche en busca del supermercado ya se habían hecho todos los comentarios posibles del acontecimiento y el tema comenzaba a perder frescura. Comenzó entonces la invención de segmentos para expandir la historia. Muchos probablemente eran poco factibles pero le daban más sabor:
“Este no es mi día” habría dicho el dueño de Charlie. Minutos antes recibió su despido laboral vía telefónica. Isabel no contestaba porque estaba con su amante en la casa, el cual al entrar furtivamente habría dejado la puerta de la reja abierta y de esta manera Charlie escapó para encontrarse con su destino fatídico de aquella tarde. En el camino al veterinario otras cosas ocurrían con cambios vertiginosos y sorpresas inesperadas dependiendo del narrador. Al parecer no encontraba al veterinario porque estaba en la casa con Isabel.
El dueño de Charlie además estaba todo nervioso, no porque el perro estaba gravemente herido, sino porque le iba a llegar el tremendo reto en la casa. Esa última parte era bastante real.
Finalmente después de casi media hora de entretención gracias a este acontecimiento demasiado rutinario llegó el momento sentimentaloide y reflexivo: “Pobre Charlie” “No, si igual fue fuerte” “Siempre pasan cosas raras en esta ciudad”.
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