Hace algunos años un joven iría a vivir una experiencia que lo cambiaría para siempre. La verdad tal vez nunca la podremos determinar fehacientemente pero, desde los testimonios recogidos por más de tres décadas tenemos suficiente evidencia en material audiovisual y testigos que fortalecen el metarrelato constitutivo que nos sitúa cronológicamente en la configuración de esta historia.
Era un año de Teletón. Todas las grandes marcas e intereses corporativos nos inducían en la obligatoriedad moral en base al sentimentalismo y culpabilidad de aportar sumas diversas de capital económico mientras el estado participaba como un espectador más de un proceso que debía ser su deber ineludible.
Jordi heredero de la tradición familiar de permanecer hasta altas horas de la madrugada en familia observando en la televisión a niños con necesidades especiales siendo utilizados como moneda de cambio para vender más y fortalecer el modelo instaurado en la genética subconsciente de la población salió a comprar unos yogurts de fresa y vainilla que precisamente ayudarían con la causa noble descrita y a la vez en la evasión de impuestos a las empresa aludidas.
Vivía cercano a un cerro misterioso lleno de árboles frondosos.
Las parejas se conglomeraban en ese espacio llegando a pie o en sus automóviles, a veces salían con sus mascotas y otras con volantines para ser elevados hasta alturas insospechadas.
Jordi salió con su termo color rojo y café preparado en su interior. Si bien no hacía realmente frío, aquella tarde requeriría una dosis de aquel brebaje para poder mantener su temperatura corporal posterior a lo que se aproximaba.
Por una extraña e inexplicable razón antes de pasar por el almacén de su tío político a quién no tenía demasiado afecto por ciertas conductas relacionadas a la ingesta de licor decidió dar una pequeña caminata por los alrededores del cerro y observar la ciudad desde su lugar favorito.
Alcanzó en minutos desde su casa la meseta dónde se vislumbraba la vegetación autóctona de la región y el olor característico de un fin de semana que iniciaba.
En un auto una pareja comenzaba un proceso de aproximación evidenciado por un felatio que aparentemente terminó siendo frustro, signo inequívoco que ambos estarían destinados el uno para el otro por largo tiempo.
Jordi al ser testigo de semejante declaración de amor y lujuria no completada fue perturbado en un nivel nunca antes vivenciado por lo que en un momento de distracción derramó el café almacenado en el termo y en sus pantalones se produjo una enorme mancha que teñía la mezclilla y costuras mientras una quemadura superficial en su ingle comenzaba a molestar.
Emprendió la huida por temor a ser reconocido por los pasajeros de aquel automóvil dando grandes trancos de regreso en la medida que la luz del ocaso progresivamente se despedía del lugar.
La respiración aumentada y la imagen mental de lo presenciado recientemente combinadas con el dolor de la lesión ocurrida por la temperatura del brebaje altamente cafeínado hizo que no fuera capaz de notar su presencia al menos en un inicio.
El descenso había sido sin lugar a cuestionamientos bastante veloz mientras se aproximaba a las primeras viviendas de la población y más abajo el almacén de su tío dónde tendría casi con nula posibilidad de refutación explicar la notoria mancha color marrón de sus prendas.
Sin embargo algo estaba a punto de cambiarlo todo.
Desde la oscuridad del firmamento que saludaba las primeras estrellas de la noche un objeto volador de dimensiones cuestionables para el observador no experimentado emprendió un acercamiento en la dirección de Jordi.
Don Francisco y otras figuras deleznables formaban parte de espectáculos chabacanos contrastados por los envasados testimonios de jóvenes y familias afectadas por complicadas experiencias de vida.
Cuándo fue inquirido por la ausencia de los yogurts encargados y la pulcritud de su vestimenta nuestro protagonista sólo pudo profesar en una voz de tonalidad muy baja y temblorosa.
“Ellos me raptaron” respondió robóticamente. “Me quitaron la ropa y me la lavaron. Pero no dejaron que pudiera pensar primero antes que lo hicieran”.
Una lágrima asomó por la mejilla de varios de sus familiares al darse cuenta que en ese preciso instante y por varios años frente a la televisión, todos en cierto modo habían sido abducidos como Jordi.
Fin.
1 comment:
No podría haberlo narrado mejor, pero creo que su nombre era otro
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