Viene a visitarme por la noche esperando que le sirva un vaso
de cerveza para engañarme. Haciendo un amague, ingresa a mi habitación encendiendo la
televisión y una música shojera aparece de pronto para traer al presente
heridas de guerra.
Insectos. Los pololos empezaron a golpear la ventana por la
luz encendida en la habitación.
Esto me recuerda al origen del término pololo tan utilizado en nuestro país.
Se supone que en esa época de represión y costumbres rígidas
las parejas no podían encontrarse libremente a menos que existiera un
compromiso de matrimonio arreglado muchas veces por ambas familias interesadas.
Entonces el señorito [reencarnación
de narciso versión putazo 3.0] venía
por las noches a cortejar a su amor verdadero. Para avisar su llegada lanzaba
piedrecitas a la ventana.
A veces resultaba bien.
Pero en otras ocasiones, los padres escuchaban los golpes en los vidrios
por lo que preguntaban a su querida hija qué estaba ocurriendo.
“Son pololos” exclamaba en voz alta.
Más tarde cuándo el joven en cuestión conoce a los padres en
la cocina luego de algún evento fiestero sobre piso flotante, ellos comentaban
en tono irónico “así que este es el pololo”.
Pensaba en eso cuando me dirigía a la feria navideña que
todos los años no deja de sorprender por el emprendimiento y calidad de los
productos.
Doy vueltas por algunos de los locales pensando que este año
no habrá árbol. Sigo en línea recta intentando reproducir sin suerte alguna,
las sensaciones que aparecían cuando era un niño y la feria me parecía un
laberinto misterioso lleno de sorpresas en esa plaza de tierra aún no
pavimentada.
Ni con una grotesca cruz gigante.
La tos fue en aumento mientras me adentraba un poco más en
las profundidades. Hubo un momento que empecé a perder el aire y no sé qué
más ocurrió…
Antes de perder el conocimiento había completado finalmente
la fila de dos horas para comprar una copia del nuevo pokémon.
Un padre iba a comprar otro videojuego para su hijo de nueve
años por lo que no era necesario la espera prolongada…
La señorita de la tienda en frente de todos los que estábamos
en la fila hizo todo el procedimiento protocolar antes de hacer ingresar a la
tienda a la preocupada figura paterna.
“Este juego de video involucra robo, asesinatos, sexualidad
explicita y violencia extrema entre otras situaciones de carácter moral ambiguo”
dijo casi leyendo el manual. “Por lo cual no podemos venderlo a menores de edad
a menos que esto sea aceptado por sus padres o tutor legal”.
El hombre siendo observado con mucha atención por varias
personas de la larga línea de espera, no titubeó.
“Sí, estoy de acuerdo”.
Varios de los futuros posibles y pasados parciales de mis
multiversos pensaron que eso era realmente un verdadero padre.
Desperté en la clínica con la mirada de un sonriente médico
en bata blanca con un extraño acento oriental.
Del sector oriente de la capital.
“Hemos evaluado su caso y debemos solicitarle una
radiografía” informó mientras mi acompañante que había aceptado comprar aquel
videojuego se peleaba con la mitad del hospital para que en media hora,
regresáramos con la famosa imagen.
“Efectivamente mi diagnóstico estaba en lo correcto, usted
tiene una neumonía bastante extensa que
podría en cualquier momento requerir
manejo hospitalario”.
La feria de navidad en dónde se habían encontrado aquellos
pololos que compartían juegos de video moralmente ambiguos comenzaba a desaparecer a
medida que la tos volvía por otra cerveza.
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