Un gato inició su caminata bajo la lluvia que traía pequeñas gotas solidificadas por el frío del ambiente. Algo que nunca antes había visto…
Este era el momento de los nunca antes:
Los nunca antes hicieron que más tarde notase un arcobaleno en el cielo sin ninguna razón –aparentemente– en especial.
Caminó por la misma calle luego de tres meses lejos pensando en qué realmente había mudado. Caminó por estrechas callejuelas desconocidas que resultaron traer sorpresas. Porque cada paso reverberaba con el sonido de los nunca antes. En un espacio corto de la línea espacio-tiempo las nubes de lluvia se disiparon.
De pronto sin ningún aviso, estando en el máximo de los peligros con un desenlace inminente ominoso apareció un…eh…ser de otro planeta invocado por la televisión…no, salido de la tele y lanzó un rayo…de…luz…mágico…que nos salvó a todos y así hubo un final feliz.
Sin embargo inevitablemente pensó en escenarios más pesimistas. Si fuese de otro modo, no sería el gato. Cuidado con los auto-sabotajes decía la señalización de la esquina. Los nunca antes se encargaron de iluminar la pista de aterrizaje para el ser alienígeno en su camino desde la televisión.
Ingresó perdido en pensamientos al famoso supermercado y, en medio de los aparatos tecnológicos, la rueda de los encuentros giró imperceptiblemente.
La influencia de los nunca antes se encontraba en el ambiente, allá dónde los hard-drives externos se acercaban a los pendrives y los ipods.
Extraño sin duda fue hablar de la nada sobre la experiencia (y en inglés) dónde me dijo que quería vivir 120 años y el gurú en Katmandú le enseñó a oír abstrayéndose del espacio externo.
Dios desde la maquina, señales inalámbricas fallidas y un rayo de luz al final del arcoiris dónde los zorros secretamente celebran su matrimonio.
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