Friday, May 22, 2009

15:13

Corría a través de los pasillos sin fin. Miraba hacia delante pasando por diferentes puertas abiertas. Cada sala era un mundo por sí misma pero no era capaz de detenerme, no ahora, para saber quién era tragado por la oscuridad.

En la intimidad de la noche todas se ven similares, casi como si fuera un solo ser.

Antes que se fragmentara el tiempo y la relatividad de la consciencia fluctuara una vez más, seguí corriendo.

Los avisos no habían sido escuchados. Para cada acción existe una reacción. Así como negro y blanco son un mismo color.

Un palco casi conocido. Sin embargo, algo en las condiciones había cambiado. El preciso orden matemático que había desencadenado cada una de las opciones no tomadas era sutilmente diferente.

Tan tenue como un aroma llevado por el viento a través de los campos de trigo en una noche estrellada antes de una batalla.

Era un réquiem. Pero ya nada más importaba. Por eso, seguía corriendo.

Las moléculas vibraban cada vez con más energía. Casi podía oírla, estaba alcanzando la elipse, esperando por la tangente de un solo instante constituido en la serie de caminos recorridos. Mi atención era omnisciente. Todo se mezclaba. Mi pulso, el eco de los pasos, la oscuridad, mis pensamientos, el fin.

La rueda inicia su giro. Los nueve coros una vez más reunidos tomaron aliento. El silencio ganaba vida. La música empezó. Se hizo la luz.

Todo súbitamente estaba en su lugar. Las piezas se encajaban virtuosamente. Los ríos separados volvían a encontrarse en el océano primigenio.

Y yo dejé de correr…

1 comment:

Kurukulla said...

Marcante.