Caminando por la calle de pronto recordé cuando estaba con varicela hace algunos meses (otra vez va a escribir sobre lo mismo, parece que es el único evento de importancia en este año o en su vida) y tuve tiempo para pensar en los principios fundamentales. Eventualmente también me alcanzó para regocijarme con la franja de programación de la televisión nacional. En esas epifanías adornadas de prurito y de constantes dudas en ciertos aspectos existenciales sentí el toque de una nube o puede que haya sido simplemente el talco mentolado el responsable de tal experiencia tan sutilmente descrita…La escena cambia y me veo dando un paso en falso: giro mi cabeza y un bus viene con toda la determinación que otorgan los 50 km/hrs; me devuelvo en un segundo y pienso en mi paso en falso. Vuelvo a pisar y cae un pato del cielo. Está asado y crocante. Cerca un chinito que vende arrollados a 100 ofrece una salsa secreta milenaria. Un grupo de indigentes liderado por el líder indigente (el de más barba y con sarna noruega) hace un ademán para que agarren al pato asado y crocante, ahora con salsa milenaria de dudosa procedencia pero china de todas formas. Se disponían a llevarse al pato cuando el farmacéutico --que estaba hasta los cojones con un dúo de niñitos hijos de inmigrantes que en más de una ocasión buscaban entrar al recinto y agarrar la propaganda y él enérgicamente los echaba con gritos o caras amenazantes-- vio que el pato tenía aún, movimiento. Quiso extender una receta y llevársela al líder de los indigentes pero éste a su vez, quiso hacer parar el bus que había pasado con determinación hace poco que a su vez, en su interior era palco de una ferviente discusión entre un pasajero que demandaba bajarse en la esquina siguiente, el chofer que estaba agotado por las 7 hrs continuas de conducción y el locuaz auxiliar a bordo que daba explicaciones contradictorias y poco entendibles.
De pronto --como el escalofrío inmediato al probar la primera lavada de mate, como el recuerdo activado por un suave aroma, como el regreso a casa después de 12 horas en un turno-- una puerta se abre: del interior del bus sale un extraterrestre, con grandes ojos negros y piel gris tenue. Mira alrededor un poco curioso, un poco con asco. A esas alturas el líder de los indigentes comenzaba a recordar su juventud, sus sueños, sus fracasos, el cómo lentamente empezó a perderse a si mismo, volviéndose un extraño, un espectador de su mísera existencia; comenzó a recordar la picazón y la pena. En ese instante el farmacéutico recordó su propia infancia que se esforzaba en olvidar, llena de restricciones, sin juegos ni cariño. ¿Dónde estaría su hermano ahora? Los ojos del líder indigente se nublaron y esbozaron unas lágrimas que casi habían olvidado su propio camino. El chofer no quería creerlo, buscaba justificaciones en su trabajo injusto y poco desafiante; tantos libros que suponía haber leído y entendido, tantos versículos y salmos repetidos; y aún así no había podido darse cuenta de quién había estado en frente suyo: porque para él esto era un milagro, sólo podía ser eso. El auxiliar a bordo, pese a sus contradictorias y poco entendibles explicaciones, creía haberse dado cuenta de la naturaleza de aquel pasajero, o al menos de su mal gusto para vestir. Más tarde cambiaría de trabajo y se dedicaría a estudiar su verdadera pasión: el diseño.
El extraterrestre volvió a mirar, avanzó en la dirección del pato asado y crocante. El líder de los indigentes se puso de rodillas y le ofreció el pato asado y crocante con salsa china milenaria. Si la cara del extraterrestre hubiese sido capaz de producir alguna expresión, probablemente una sonrisa hubiese aparecido. El farmacéutico sensibilizado por la memoria activada, sonrió también a los niños hijos de inmigrantes y les regaló unas monedas que fueron recibidas con sinceras risas infantiles. El chofer por primera vez fue capaz de organizar sus pensamientos bajo su propia realidad humana. No dejaría nunca más que le impusieran una forma de vida. Al día siguiente se desharía de todos esos libros. El extraterrestre con el pato asado y crocante en sus grises y delgadas y largas manos, desapareció en un destello de luz. El bus reanudó su marcha. El líder de los indigentes con una dicha inexplicable caminó en dirección opuesta y se encontró frente a frente con el farmacéutico. Había algo familiar en él, cosa que fue notada por ambos.
Del pato asado y crocante con salsa milenaria sólo podemos estar agradecidos.
Monday, August 11, 2008
Vamos escrever?
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