Ahora iba en 3°. Parecía que todo había resultado el día anterior. Y como todo era nuevo tuvo mayor valor de lo que realmente valía. Yo sé a lo que me refiero.
Al día siguiente hacía sol, ese sol fuerte y brillante que viene después de una lluvia intensa. Era hora de tomar el bus. Esta vez, el Terminal libre y se podía respirar. Había que viajar en uno que fuera hacia la costa y bajarse en el tal cruce.
Lo hice o al menos parecía que sí. Después de dar algunas vueltas bajé con cuidado, pasé un pequeño paso nivel y avancé en la dirección de esa nueva localidad. Al menos para mí. Varios pinos y un supermercado, un colegio o dos en mi camino por una calle aún no pavimentada.
Las zapatillas un poco embarradas, un aire limpio y fresco. Algunas preguntas por direcciones y un teléfono extraño, probablemente traído de oriente, con caracteres ininteligibles en este lado del océano, me permitieron invocar una camioneta para llevarme a almorzar.
Después de una sesión de apretar botones, salimos a caminar por la noche. Era un ambiente tranquilo, casi onírico, mezclado por el bosque nativo y el exógeno australiano, a lo largo de calles ávidamente construidas. El descenso hacia la laguna empezó.
Lamentablemente nunca llegamos a la laguna, si bien se pudo apreciar las aguas calmas reflejando la luz de las casas aledañas. Un momento de ingenio o ingenuidad. Rodear y buscar otra entrada. Meterse por unos caminos poco explorados, algo blandos además por la lluvia. Poca luz, árboles y las estrellas vivas, brillando más arriba. Avanzar sin retroceder por la oscuridad. No se veía casi nada.
Había ladridos y ecos de ladridos menos fuertes más adelante, un sonido de cadenas y una casucha de madera. Sólo faltaba la motosierra. Mejor no. En la vuelta entre algunas hojas, un insecto misterioso avalaba la caminata. Y del croar de las ranas nada.
Saturday, July 12, 2008
El croar de las ranas por la noche
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